El Malacara
Cuatro volvían de la cordillera:
tal vez ajenos del grave peligro
que acechaba con bravos lanceros
mandados por Foyel, feroz cacique.
Corrió la sangre de nobles colonos
para fundirse con el fértil valle;
fue el destino para tres la muerte
mientras el cuarto relató la historia.
Montaba por cierto el gringo Evans
su mejor caballo, el Malacara;
rompió con destreza aquél círculo
que los salvajes de pronto formaron.
Partió derecho a la hondonada;
pero fue frustrado aquél intento
por los infieles que, haciendo un ala,
hacia el barranco le persiguieron.
Morir por las lanzas o en el salto
resultó entonces su alternativa;
supo escoger la única chance
que al caballo le dio el terreno.
Voló el jinete con su montura
cayendo seguros en el abismo.
A sus espaldas la muerte porfiaba;
mientras que del sur la vida llamaba.
Quisieron bolear esos tehuelches
al fiel caballo de esta hazaña.
El río Chubut con sus limpias aguas
llevó el peligro recién cercano.
Descansan en el Valle de los Mártires
del Malacara sus restos mortales:
una lápida recuerda su nombre
y testifica del heroico salto.
Alberto Cirkov