Taxi

Ella abre la puerta y se sienta en el asiento trasero. Le pide al chófer que la lleve a una dirección que parece ser su casa. Mira por la ventanilla, sabe que algo, parte de ella, quedó allá afuera para nunca más volver.
El taxista la observa, algo en su mirada perdida en el infinito le atrae, le intriga. Ella continúa con la vista hacia un punto que no existe, su observación se dirige hacia adentro, un lugar que desde hoy está oscuro y no puede reparar.
El hombre intenta sacar un tema de conversación, le habla sobre el tiempo y ella vuelve en sí, lo mira por un instante y responde monosilábica. Pero él no se rinde, espera unos minutos y le pregunta educadamente si vuelve de trabajar, ella se lo confirma con una frase fría que lo hace pensar: «sí, si es que a eso se le puede llamar trabajo».
El hombre sonríe cree haber ganado algo y le cuenta que hace nueve horas está arriba del auto, que se muere de ganas de parar para ir a cenar. Ella pica el anzuelo y le pregunta si lo puede acompañar. Son dos almas añosas que tal vez solo buscan refugio uno en el otro.
El tachero frena en un bodegón de la zona de Boedo, sabe que es humilde, pero sus platos alimentan algo más que estómagos. Ella no tiene pretensiones, con meter algo caliente en su boca le alcanza. La pareja se sienta en una mesa cerca de la ventana, cenan en silencio como si sus miradas lo dijeran todo.
Pagan la cuenta y se van, caminan unas cuadras dejando atrás el auto y, en un pasillo oscuro, ella lo besa en sus partes bajas. El taxista cree que le devuelve algo del calor que necesitaba, pero ella sabe que está saboreando a su próxima presa.
Michi Love