Gris rutina, con tiznes de vida

Gris rutina, con tiznes de vida

La noche negra y el frío acechando a la espera mansa. Las tres siluetas de mujeres caminado, pasaban desapercibidas en aquella hora de regreso cansino a los hogares, pero una de ellas lo hacía con dificultad, con inciertos pasos de temor. A unos metros, la parada de colectivo sirvió de descanso

a su penoso andar, se sentaba y se paraba, sus notorios dolores la obligaban a tomarse una y otra vez su redondo y prominente vientre, henchido de vida, rebosante de amor. Sus amigas la intentaban consolar, casi en vano.

Crucé la calle con la preocupación prendida a mis pensamientos, les pregunté lo obvio y sus rostros contestaron casi sin hablar, el auto que esperaban iba tardar unos minutos más, minutos que ya no existían, minutos que expiraban ante el avance de una nueva vida. Subimos al auto, nos separaban pocos más de tres kilómetros hasta el hospital, los gritos y la respiración entrecortada se arremolinaban junto al ruido del motor que pugnaba por avanzar entre los demás vehículos de la autopista.

La voz temerosa de Ro advertía quejosa que algo pujaba dese sus entrañas, una pequeña y voraz necesidad de vida quería asomar a este mundo. La vereda del hospital para mí fue una calle, las miradas incrédulas de los guardias de seguridad me indicaron por donde debía ingresar, mientras avisaban a los camilleros. Solo dije, ya casi está saliendo.

Entre apuros y saludos atiné a dejar a una de sus amigas mi número. Ro se perdió en un iluminado pasillo blanco, entre quejas de dolor colmadas de amor de madre. Yo volví a la mansa espera, breves minutos después el celular crepitó, y el mensaje resplandeció con la noticia, Mateo había llegado, había pintado la gris rutina con vida. La vista, se hizo borrosa.

Víctor Medrano

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