Cartas a Lorena IV

Me he portado bien con la ley y con el prójimo, he sabido ser un buen amigo, un buen hijo, un buen marido y un buen padre.
He terminado el secundario y seguido la universidad. Abogacía, tal como mi padre quería. Por lo tanto también aprendí a cumplir con las expectativas ajenas.
He cuidado de mi madre en su lecho de muerte hasta que lanzó su último suspiro.
La lloré correctamente y me encargué, como el único hijo qué sinceramente se preocupó, de darle una ceremonia de des-pedida honorable.
He cuidado a Benjamín cual si fuese hijo propio y le di todo lo que tuve a mi alcance para facilitarle una infancia feliz.
Sólo se me escapó una cosa, de la que me arrepentiré eternamente. Sin treguas, voy camino hacia mi propia condena.
Aquel viejo compañero de secundaria quizá tuvo razón: El problema fue que no supe amarte.
¿Me perdonarías desde allí arriba? ¿Perdonarías a un alma que a partir del minuto que sintió tu ida se ha esfumado contigo? Lamentablemente mi cuerpo sigue aquí.
Veo las fotos con los ojos en blanco, como si mirase el diario. En realidad, estoy mirando tu muerte, miro mi corazón despojado de cualquier rastro de lástima, acuchillado contra el suelo.
En la otra mano llevo tu carta de despedida que aún no me atrevo a leer. Llámame cobarde, es que no quiero ni puedo resignarme y aceptar el hecho de que ya no estés aquí. Siento que todas estas líneas que te he escrito han sido en vano. Jamás llegarás a leerlas.
¿De qué sirven las palabras cuando el receptor ya no está?
¿Me oirás desde allí? (Te amo, te amo, te amo).
Seguiré adelante por Benjamín pero no me pidas nunca que vuelva a confiar en el amor porque no lo soportaría. Mi corazón sólo existe para recordarme el dolor que acarreo. Mas no será esto lo último que te escriba.
Déjame finalizar con un te amo, por y para siempre.
Lucia Franchi