Patagonia

Tierra inhóspita por los vientos castigada,
suelo que desafía a los hombres de coraje
a forjar un mañana donde hoy es soledad.
Vértebras de piedra diseñan la columna
que por occidente se desliza hasta zambullirse
en el mar azul, guarida de aventureros.
Se yergue un cono blanco entre bardas solitarias
y se recorta inconfundible la silueta del más alto:
el Lanín en Neuquén y el Chaltén en Santa Cruz.
Desde Aluminé hasta Fagnano
más de setenta lagos decoran su paisaje
poniendo color y frescura al ocre de las mesetas.
Por el valle fértil maduran sus manzanas
en un acto generoso de bendecir el trabajo
de obreros vigorosos, de brazos sin descanso.
De las entrañas profundas de su vientre
arrancan la hulla anónimos mineros
con esfuerzo renovado y poca esperanza.
También vomitan riqueza desde lo recóndito
pozos productivos que bombean sin parar
el valioso petróleo que mueve las ciudades.
Se desplazan silenciosas majadas de ovejas
entre matas negras y gastadas piedras,
entre aguadas pequeñas y grande sequedad.
Hunde su cola en vistoso movimiento
la ballena esperada por cientos de curiosos.
Deleita a los extraños quien es víctima de matanza.
Duermen su largo sueño tendidos como muertos
árboles de piedra que alguna vez tocaron cielo.
Se les apagó la vida a estos arrogantes señores.
Habitaron esta porción de un mundo más extenso
tribus de mapuches y ahonikenk tehuelches,
cazadores de guanacos, gladiadores de inviernos.
Perseguidos por blancos vacíos de escrúpulos:
una libra esterlina fue el precio por una vida,
una oreja la moneda que daba fe del homicidio.
No faltó un delirante que pretendió ser monarca
de tierra tan extensa olvidada por gobiernos.
Es sólo una anécdota su vana pretensión.
Entre estancias inmensas en manos de foráneos
perdura la más genuina que creara un dibujante:
son las tierras de Patoruzito dando labor a la peonada.
Se escucha todavía el ritmo de un loncomeo
y vibra la meseta cuando se canta un kaani.
Hace clamar al pasado el golpetear del cultrún.
Evocan con su voz la tierra de araucanos
el talento de los Berbel y el Rubén de los mapuches.
Giménez Agüero rescata la historia de Santa Cruz.
Recuerdo haber pisado cada una de sus provincias,
también he disfrutado el sabor del calafate
y gozaron mis ojos el esplendor del amancay.
Patagonia robusta, seductora como pocas,
penetra en mi alma cual ráfaga de viento.
Patagonia bendita, fragmento de mis tesoros!
Alberto Cirkov