Tierra Sedienta
Desoladas mesetas rasguñadas por el viento,
que recibieron del coronel Fontana las pisadas,
donde sobran distancias y faltan poblados
que enlacen las fuerzas de tan vastos confines.
El polvo de sus caminos de mis ropas forma parte.
Su tierra sedienta sobre mi cuerpo se posa
mientras mi alma entrego para morar entre las piedras.
Conviven negras matas y verdes calafates
en la sequedad de un sol que se pierde en las arenas.
Caudales impetuosos que se escurren al oeste
lavando los pies de soberbias montañas;
y ríos mansos que entonan suave arrullo
espiando bajo las sombras a furtivos acampantes.
Paisaje agreste que perfila sus contornos
en las retinas cansadas de beber tanto silencio,
donde sobran ambiciones y faltan colonos
que hundan entre sus rocas dulces sueños
germinando en progreso al amparo del trabajo.
Majadas de ovejas y nubecitas de polvo
quiebran la inercia de su árido relieve,
donde sobran los vientos y faltan las lluvias.
Me acompaña la noche para voltear las distancias
y me empuja el que sopla para aliviar mi fatiga.
Mudos testigos los solitarios maitenes
que ven correr veloces los últimos guanacos
perseguidos por la absurda vanidad de matar.
Patagonia brava que es mirada infinita
arrebatando al desierto sus ansias de vivir
y Patagonia tierna que es rosa mosqueta junto al lago
o frescas grosellas endulzando el paladar.
Superficie entregada por infames funcionarios
a déspotas elegantes que expandieron su crueldad;
orejas cortadas por implacables cazadores
de sucias recompensas que mancharon sus conciencias.
Una libra esterlina por la vida de un tehuelche!
Y contemplan tristes su ocaso los postreros mapuches,
despojados de su tierra y tal vez de su lengua,
confinados sin rejas en el suelo que pisaron.
Cultura derribada a fuerza de cañones
que perdura en rústicos telares de ancestral artesanía.
Se perdieron las voces de trutrucas y pifilcas,
antiguos loncomeos que acallaron su ritmo
al perderse en la bruma el golpetear del cultrúm.
Alberto Cirkov


