La oración de Habacuc

Cuando toda valla parece derrumbarse
y explota en las calles la violencia,
mientras inmorales y corruptos
hacen flamear desafiantes sus ruines banderas,
el brazo de la ley está debilitado
y el juicio se acomoda al que más tiene,
los cielos cercenan toda audiencia
y el oído del Justo no quisiera escuchar.
Multiplican sus ingresos y sus bienes
viles mayordomos de la riqueza colectiva,
corren los idólatras tras sus dioses regionales
esperando respuesta de quien no puede darla.
Nadie se acuerda del divino mandamiento,
cada cual justifica lo torcido de sus pasos.
Quién escuchó la voz del profeta
en los años finales del rey Josías?
Quién escucha la repetida advertencia
del Dios justo que demora el castigo?
Despreciando la verdad absoluta
cada cual abraza la mentira que más le agrada.
Rechazando la luz eterna
vagan los hombres en las tinieblas extraviados.
Obtiene más ganancia el que codicia
pero es más pobre cada día.
No reconoce el rebelde autoridad
pero se sumerge en creciente anarquía.
Falta el trabajo en los hogares indigentes
después del Tsunami social de los noventa.
Aunque la higuera conserve sus guantes grises
negando verdor y fruto al hambriento,
y en las parras no maduren los racimos
que adornen las mesas o duerman en bodegas,
aunque el olivo nos niegue su producto
y los campos tan fértiles que prometen cosechas
sean devastados por climáticas revanchas,
como el de Habacuc se alegrará mi corazón
descansando en la justicia del Soberano.
Aunque las manadas se queden sin ovejas
y los corrales comiencen a añorar
el festivo mugir de los vacunos,
aunque los niños escarben en la basura
buscando el sustento para sus hermanos
y los jóvenes no vislumbren un futuro
en este naufragio de valores y principios,
me gozaré en el Dios de mi salvación
como lo hiciera el bíblico profeta.
Alberto Cirkov