Marcas

Acá están tus cosas, ¿sabés? Las puse todas en una caja, así si un día pasás, te las llevas. ¿Vas a pasar? No puedo tirar nada, no sé, es más fuerte que yo. Pienso que todavía podés necesitar algo de todo esto, pero la verdad es que hace años que ni vos ni nadie toca estas cosas.
La semana pasada estuve pintando. Y cuando llegué a la pared que separa mi habitación de la tuya recordé lo difícil que era año tras año tapar la mancha del roce de las manos que dejabas cuando jugabas yendo y viniendo de una habitación a la otra. Yo puteaba, y ahí siempre le tenía que dar como tres manos de pintura para que quedara el color parejo. Hoy, con una pasada queda listo, igual que quedo listo yo con el rodillo en la mano mirando qué fácil que un recuerdo se tapa con otro. Un año tras otro la mancha iba subiendo, hasta que un día no hubo más mancha. ¿Cuándo fue? Debe haber sido en el mismo momento en el que me di cuenta de que ya eras un hombre y que no estabas más en casa.
En cambio, la pared del patio va a quedar así, ya lo decidí. Tiene todos los bombazos de pelota que te tiraba y que vos te bancabas estoico. Llegaba fusilado del laburo y, aunque fuera invierno y casi de noche, agarrabas la pelota y te ibas solo al fondo esperando a que yo entendiera la señal. Creeme que recuerdo cada vez que no salí. Hoy te jugaría todos esos peloteos, pero ya es tarde. El que hoy no puede sos vos. Cuando me veías salir por la puerta se te iluminaba la cara y te ibas sin decir nada contra la pared del fondo, porque ya conocíamos la rutina. Creo que tu mayor felicidad era cuando no la atajabas, cuando sentías la pelota explotando contra la pared, dejando una mancha indeleble de barro y pasto y haciendo un estruendo enorme, como si el sonido fuera la confirmación de tu felicidad en ese acto simple de jugar a la pelota.
Bueno, esas marcas no las voy a tapar. Es más, te cuento que cada tanto salgo y agrego, solo, algunas más haciendo de cuenta que estás en el medio, atajando.
El otro día me pasó algo inesperado. ¿Te acordás de ese día que hablamos por teléfono y nos dijimos de todo? Cuando colgué tenía muchas ganas de cagarte a trompadas, porque podría hacerlo si quisiera, pero no lo hago porque hoy yo saldría perdiendo; además estás lejos. Entonces, por primera vez en todos los años que vivimos en esta casa, me acosté en tu cama, solo, como si yo fuera vos. Y vi lo que vos veías. Sentí lo fácil que sería asustarse a la noche, cuando con tu madre apagábamos la luz. Pensé que el techo debería hacerse de un negro infinito, la habitación enorme, ya sin la presencia de tu hermano en la cama de al lado después del accidente. Que desde tu cama, la puerta se abriría como una visión obligada de reflejos, halos e imágenes fugaces, todas tremendas para la imaginación de un niño pequeño, y que por eso vos pedías cerrarla, y nosotros, empecinados y testarudos como padres, la volvíamos a abrir.
Si algún día pasás, por favor llevate la caja con tus objetos. Yo me quedo con tu presencia viva y tu sonrisa alegre como un acto de resistencia contra mi humor de adulto alienado, llenando de manchas vivaces cada pared de esta solitaria casa.